La única manera de comunicarme con el escritor que hay en mí es a través de la libación solitaria. Al cabo de unas copas, él emerge. Y escucho su voz, una voz un poco monocorde, pero continua, por momentos imperiosa. Yo la registro y trato de retenerla hasta que se va volviendo más borrosa, desordenada, y termina por desaparecer cuando yo mismo me ahogo en un mar de náuseas, de tabaco y de bruma. ¡Pobre doble mío, a qué pozo terrible lo he relegado, que sólo puedo tan esporádicamente, y a costa de tanto mal, entreverlo! Hundido en mí como una semilla muerta, quizá recuerde las épocas felices en que cohabitábamos, más aún, en que éramos el mismo y no había distancias que salvar ni vino que beber para tenerlo constantemente presente.
Ribeyro, Julio Ramón. "Prosas Apátridas". Editorial Seix Barral. Barcelona, 2013. p. 71
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