La casa amarilla (Género Aburrido, 2013) es el tercer libro del joven escritor Giovanni Barletti (Moquegua, 1988). Merecedor del primer puesto en el I Concurso de Género Aburrido de la misma editorial que lo publica, el libro es una invitación al goce de los sentidos y a la dispersión del lenguaje logrado, pues entre sus páginas el autor ha sabido consagrar un estilo y una estructura. A pesar de haber ganado un premio cuyo título nos invita al rechazo y al tedio, es menester advertir que el presente texto no tiene nada de aburrido.
Son diez los cuentos
que se agrupan en La casa amarilla. Barletti trata de dejar su huella en cada uno de los cuentos,
pues a través de recuerdos personales, sensaciones e imágenes agolpadas en la
memoria, crea un cuerpo ficcional que recrea distintas etapas de la experiencia
humana. Aunado a esto, sus inquietudes están acompañadas por el afán
de búsqueda e indagación del lenguaje, la atmósfera y los ambientes.
En una entrevista, el
autor afirmó que su intención era dividir la obra en dos partes: la primera
mitad de los cuentos narrarían experiencias de la niñez y la segunda lo
concerniente a la juventud y la adultez, buscando con esto una descripción completa
del devenir humano, su evolución en la
sociedad, la pérdida de la inocencia, la carga de la existencia, la presión de
la madurez y la búsqueda de una estatus; es decir, describir la degradación del
hombre y su lucha en contra del hundimiento. Sin embargo, esta interesante
construcción se ha perdido luego del filtro y supresión que la editorial
realizó para su publicación (cuya “originalidad” y profesionalidad pueden ser
puestas en duda, ya que además de mover los textos, el libro es publicado sin
el título y el nombre del autor, hecho que finalmente perjudica mucho a un
autor joven), de modo que el orden de los cuentos no responde a una estructura
general. Estos deslices editoriales –imperdonable
en otros casos– sin embargo no le quitan ningún crédito a los cuentos, que
pueden defenderse solos y sobresalir. De todos modos estoy seguro de que
cualquier pecado será enmendado luego por un editor más serio, quien, en una
segunda edición (eso esperamos), sabrá valorar el potencial estructural que el
autor planteó en un inicio.
En ese orden
impuesto, el libro comienza con el cuento que le presta su título al mismo: “La
casa amarilla”, donde el personaje principal, herido por el abandono –o
ausencia– de un ser querido, intenta
encontrar en los objetos del hogar residuos para el recuerdo y la nostalgia. La
historia se centra en la pérdida, y como un aplicado alumno de Raymond Carver,
el autor explota esa sensación en los detalle externos: “Sobre la mesa los
lentes cobraban vida, junto a un libro y una taza azul con el asa rota, como si
pudiera ver a través de sus cristales tantas palabras leídas e imágenes que
transcurrieron.” (p. 15). El siguiente cuento, “Vacaciones”, es a mi juicio el
mejor de los cuentos (o, al menos, el que más disfruté), pues aquí la precisión de
la narración, el poder de las imágenes y el cuidado en el perfil de los
personajes toman la posta, creando de ese modo un ritmo respiratorio complejo y
bello. Además de esto, lo disfruté mucho porque es tal vez el único de todos los cuentos que relata una historia, es decir una historia con un determinado inicio,
contenido y final. “No había nadie en su
casa”, “Solo hablamos”, “Tarek y el Real Madrid”, “Club de retirados de la
vida” y “En el Estudio” responden a la etapa de transición entre la juventud y
la adultez que el personaje experimenta, marcada esta por los sinsabores y la
anhelante búsqueda del “yo”. “Día de playa” es un cuento de la “adultez” al que
hay que prestarle mucha atención, pues en pocas páginas el narrador logra
retratar con impecable técnica los conflictos internos que las relaciones
interpersonales (en este caso, una relación sentimental) pueden causar en el
ser humano. Haré un alto en “Recuerdos
imperfectos”, no solo porque es el cuento más largo y, a mi parecer, ya
sea por la historia que cuenta o porque este se ambienta explícitamente en Moquegua,
el favorito del autor, sino porque en este ocurre un fenómeno en el estilo y el
lenguaje que no se da en el resto de los relatos: la ruptura del ritmo, de las
reglas de sintaxis y la concreción denotativa al servicio del significado
connotativo de la historia. Dicha ruptura es posiblemente el producto de las
muchas lecturas del autor (sobre todo de poesía) y de sus ansias de jugar con
la formalidad y la solemnidad del discurso narrativo. Barletti sumerge sus pasos en la prosa poética y
sensorial, y si bien estos aún son tímidos e incluso predecibles (su ánimo de
ruptura e innovación es muy solapado), el resultado es valioso y logra quedarse
en nuestra memoria. Esta actitud lírica se ve reflejada en pasajes como este: “Mi
mamá se siente en un sillón bajito con espejo al frente, se prueba dos pares
iguales que luego deja a un lado enojada habla
con la vendedora mientras me alejo por unas escaleras no me ofrecen nada de las otras tiendas hombres y mujeres se quitan sus viejos zapatos y esconden sus pies hasta que les alcanzan los otros caminan
sobre bolsas o pedazos de cartón.”
(p. 59). O también en este: "Llama
mi atención la mirada triste de un niño vestido como superhéroe sobre el fondo
azul profundo de la portada, el título
en letras negras, doradas ahora. Aprieta mi mamá los bordes de su monedero
de cuero, una gruesa mujer se acerca, el
sonido hueco. Manchas blancas
bailotean en mis ojos cerrados caminando
hasta la casa. El calor.” (p. 58). Es decir, las imágenes y el poder
sensorial sobre el lector asumen el rol principal y constituyen la columna
vertebral del cuento. Finalmente, la obra se cierra con “Tarde de un poeta”,
especie de homenaje al bloqueo creativo que, así como en uno de los más
logrados cuentos de F. Scott Fitzgerald,
ahonda en la mente del sujeto y en sus ansias de superar la mediocridad
a través del arte. Además de esto, el cuento trae consigo un largo poema que no
hace otra cosa que concluir con broche de oro la propuesta narrativa.
Si bien disfruto más
de aquellos cuentos o novelas que me permiten experimentar con otras realidades a través
de la magia y pasión de sus historias, La
casa amarilla (donde, como advertí desde un inicio, la atmósfera es más
importante que la historia misma) me ha permitido otro tipo de goce que también
disfruto mucho: el de los sentidos internos y el de la sensibilidad, la
irrefrenable pasión por la belleza a través del cuidado de la palabra. Por otro
lado, el lector no encontrará una profunda sumersión en la
condición humana; más bien acumulará un puñado de imágenes impregnadas de sentimiento
acerca de un ser humano que sí está dispuesto a desentrañarla.
Finalmente, si
hablamos de la transición de la inocencia a la madurez, hay que afirmar que
esta tercera entrega de Giovanni Barletti ha conseguido lo que las anteriores no pudieron o estuvieron a punto de conseguir: la ansiada madurez. Es maduro el libro porque su autor ha
comprendido que la literatura es un arte, y que lo importante no es cuánto se
puede escribir o publicar, sino cuánto y qué cosas se pueden decir y expresar en
una obra.
Con estas palabras
solo estoy tratando de hacerles saber que aquí se ha consolidado una voz, una
propuesta y, más que nada, un futuro, un futuro literario que, estoy seguro,
será deslumbrante.