domingo, 27 de octubre de 2013

El goce de la sensibilidad y la atmósfera: "La casa amarilla" de Giovanni Barletti




La casa amarilla (Género Aburrido, 2013) es  el tercer libro del joven escritor Giovanni Barletti (Moquegua, 1988). Merecedor del primer puesto en el I Concurso de Género Aburrido de la misma editorial que lo publica, el libro es una invitación al goce de los sentidos y a la dispersión del lenguaje logrado, pues entre sus páginas el autor ha sabido consagrar un estilo y una estructura. A pesar de haber ganado un premio cuyo título nos invita al rechazo y al tedio, es menester advertir que el presente texto no tiene nada de aburrido.

  Son diez los cuentos que se agrupan en La casa amarilla. Barletti trata de dejar su huella en cada uno de los cuentos, pues a través de recuerdos personales, sensaciones e imágenes agolpadas en la memoria, crea un cuerpo ficcional que recrea distintas etapas de la experiencia humana.  Aunado a esto,  sus inquietudes están acompañadas por el afán de búsqueda e indagación del lenguaje, la atmósfera y los ambientes.
  En una entrevista, el autor afirmó que su intención era dividir la obra en dos partes: la primera mitad de los cuentos narrarían experiencias de la niñez y la segunda lo concerniente a la juventud y la adultez, buscando con esto una descripción completa del devenir humano, su evolución  en la sociedad, la pérdida de la inocencia, la carga de la existencia, la presión de la madurez y la búsqueda de una estatus; es decir, describir la degradación del hombre y su lucha en contra del hundimiento. Sin embargo, esta interesante construcción se ha perdido luego del filtro y supresión que la editorial realizó para su publicación (cuya “originalidad” y profesionalidad pueden ser puestas en duda, ya que además de mover los textos, el libro es publicado sin el título y el nombre del autor, hecho que finalmente perjudica mucho a un autor joven), de modo que el orden de los cuentos no responde a una estructura general. Estos deslices editoriales  –imperdonable en otros casos– sin embargo no le quitan ningún crédito a los cuentos, que pueden defenderse solos y sobresalir. De todos modos estoy seguro de que cualquier pecado será enmendado luego por un editor más serio, quien, en una segunda edición (eso esperamos), sabrá valorar el potencial estructural que el autor planteó en un inicio.
  En ese orden impuesto, el libro comienza con el cuento que le presta su título al mismo: “La casa amarilla”, donde el personaje principal, herido por el abandono –o ausencia– de un ser querido,  intenta encontrar en los objetos del hogar residuos para el recuerdo y la nostalgia. La historia se centra en la pérdida, y como un aplicado alumno de Raymond Carver, el autor explota esa sensación en los detalle externos: “Sobre la mesa los lentes cobraban vida, junto a un libro y una taza azul con el asa rota, como si pudiera ver a través de sus cristales tantas palabras leídas e imágenes que transcurrieron.” (p. 15). El siguiente cuento, “Vacaciones”, es a mi juicio el mejor de los cuentos (o, al menos, el que más disfruté), pues aquí la precisión de la narración, el poder de las imágenes y el cuidado en el perfil de los personajes toman la posta, creando de ese modo un ritmo respiratorio complejo y bello. Además de esto, lo disfruté mucho porque es tal vez el único de todos los cuentos que relata una historia, es decir una historia con un determinado inicio, contenido y final.  “No había nadie en su casa”, “Solo hablamos”, “Tarek y el Real Madrid”, “Club de retirados de la vida” y “En el Estudio” responden a la etapa de transición entre la juventud y la adultez que el personaje experimenta, marcada esta por los sinsabores y la anhelante búsqueda del “yo”. “Día de playa” es un cuento de la “adultez” al que hay que prestarle mucha atención, pues en pocas páginas el narrador logra retratar con impecable técnica los conflictos internos que las relaciones interpersonales (en este caso, una relación sentimental) pueden causar en el ser humano.  Haré un alto en “Recuerdos imperfectos”, no solo porque es el cuento más largo y, a mi parecer, ya sea por la historia que cuenta o porque este se ambienta explícitamente en Moquegua, el favorito del autor, sino porque en este ocurre un fenómeno en el estilo y el lenguaje que no se da en el resto de los relatos: la ruptura del ritmo, de las reglas de sintaxis y la concreción denotativa al servicio del significado connotativo de la historia. Dicha ruptura es posiblemente el producto de las muchas lecturas del autor (sobre todo de poesía) y de sus ansias de jugar con la formalidad y la solemnidad del discurso narrativo. Barletti  sumerge sus pasos en la prosa poética y sensorial, y si bien estos aún son tímidos e incluso predecibles (su ánimo de ruptura e innovación es muy solapado), el resultado es valioso y logra quedarse en nuestra memoria. Esta actitud lírica se ve reflejada en pasajes como este: “Mi mamá se siente en un sillón bajito con espejo al frente, se prueba dos pares iguales que luego deja a un lado enojada habla con la vendedora mientras me alejo por unas escaleras no me ofrecen nada de las otras tiendas hombres y mujeres se quitan sus viejos zapatos y esconden sus pies hasta que les alcanzan los otros caminan sobre bolsas o pedazos de cartón.” (p. 59). O también en este: "Llama mi atención la mirada triste de un niño vestido como superhéroe sobre el fondo azul profundo de la portada, el título en letras negras, doradas ahora. Aprieta mi mamá los bordes de su monedero de cuero, una gruesa mujer se acerca, el sonido hueco. Manchas blancas bailotean  en mis ojos cerrados caminando hasta la casa. El calor.” (p. 58). Es decir, las imágenes y el poder sensorial sobre el lector asumen el rol principal y constituyen la columna vertebral del cuento. Finalmente, la obra se cierra con “Tarde de un poeta”, especie de homenaje al bloqueo creativo que, así como en uno de los más logrados cuentos de F. Scott Fitzgerald,  ahonda en la mente del sujeto y en sus ansias de superar la mediocridad a través del arte. Además de esto, el cuento trae consigo un largo poema que no hace otra cosa que concluir con broche de oro la propuesta narrativa.
   Si bien disfruto más de aquellos cuentos o novelas que me permiten experimentar con otras realidades a través de la magia y pasión de sus historias, La casa amarilla (donde, como advertí desde un inicio, la atmósfera es más importante que la historia misma) me ha permitido otro tipo de goce que también disfruto mucho: el de los sentidos internos y el de la sensibilidad, la irrefrenable pasión por la belleza a través del cuidado de la palabra. Por otro lado, el lector no encontrará una profunda sumersión en la condición humana; más bien acumulará un puñado de imágenes impregnadas de sentimiento acerca de un ser humano que sí está dispuesto a desentrañarla.   
  Finalmente, si hablamos de la transición de la inocencia a la madurez, hay que afirmar que esta tercera entrega de Giovanni Barletti ha conseguido lo que las anteriores no pudieron o estuvieron a punto de conseguir: la ansiada madurez.  Es maduro el libro porque su autor ha comprendido que la literatura es un arte, y que lo importante no es cuánto se puede escribir o publicar, sino cuánto y qué cosas se pueden decir y expresar en una obra.

   Con estas palabras solo estoy tratando de hacerles saber que aquí se ha consolidado una voz, una propuesta y, más que nada, un futuro, un futuro literario que, estoy seguro, será deslumbrante. 

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