miércoles, 20 de noviembre de 2013

La búsqueda del placer supremo


La búsqueda del placer supremo a través de un fetiche humano ha sido el gran derrotero de muchos novelistas. Ejemplos hay muchos: Thomas Mann en La muerte en Venecia u Óscar Wilde en muchos pasajes de El retrato de Dorian Gray, donde el ser deseado (mayormente un hombre) es descrito como un ser perfecto, bello, poético y, por ende, inalcanzable o imposible. En estos casos, tanto el lenguaje como la trama se fundamentan en la belleza del ser deseado, evocado o imaginado. A través de la sola palabra, el escritor, como un pintor renacentista, moldea y da vida a una criatura que no puede hacer otra cosa que vivir por y para la perfección.


 Esto sucede en El Giocondo, novela del autor español Francisco Umbral (1932-2007), la misma que cayó de casualidad en mis manos y cuyos méritos literarios se subsumen perfectamente en los requisitos de la novela hedonista que acabo de describir. El Giocondo es una de las tantas novelas que Umbral escribió en vida (escribía una por año), y aunque muchos críticos y admiradores afirman que no llega al nivel de otras del mismo autor como Mortal y rosa o Tratado de perversiones, sí aceptan que esta configura en sí misma lo que es la prosa de este autor: desatada, lírica, colorida y perfeccionista. 



La historia que cuenta “El Giocondo” transcurre en una sola noche y describe las peripecias y aventuras del Giocondo, apuesto y andrógino adolescente madrileño, quien ostenta su insuperable belleza entre bares y discotecas alocando a mujeres y hombres por igual. La novela también es una pomposa descripción de lo que se denominó la dolce vita madrileña de los años sesenta, toda inundada de artistas emergentes y decadentes, seres anormales de toda calaña que toman vida solo por las noches, homosexuales reprimidos, pervertidos esperando su oportunidad, mujeres fáciles y muchachos ambiciosos de exceso y olvido.

Muchas veces se ha calificado a “El Giocondo” de novela trivial y a su autor de estafador y bodrio. Roberto Bolaño, dueño de una ya mítica lengua viperina, solía despellejarlo cada vez que tenía oportunidad. Afirmaba que nunca, nunca había que leer un libro suyo.  Con respecto a los calificativos adjudicados a “El Giocondo”, no son sorpresa si hemos revisado el contexto y la historia que cuenta. Sin embargo ese calificativo es injusto para calificar a una novela que contiene a uno de los personajes mejor descritos nunca. Umbral le tiene mucho cariño a su personaje y logra otorgarle la sustancia y fin que desde un inicio busca: la idea de perfección física, belleza anormal e inocencia de un ser inalcanzable e inevitablemente solo y vacío. Todo esto, claro, a través de una rica, colorida y sabrosa prosa. No por nada Miguel Delibes lo ha calificado como «el escritor más renovador y original de la prosa hispánica actual».

Francisco Umbral me recuerda un poco al consagrado escritor arequipeño Oswaldo Reynoso, quien también explora en obras como “El goce de la piel” o “En busca de la sonrisa encontrada” la catarsis que los cuerpos (bellos e imperecederos) causan en su persona y en su forma de entender el mundo. A parte de tener libros escritos bajo el rigor de la perfección, estos dos escritores tienen algo más en común: son hedonistas puros. Pero no hedonistas que buscan el placer por el placer (por otro lado absurdo y humillante para el ser humano), sino hedonistas que anteponen el arte y el lenguaje como los únicos fines de sus excesos supremos.