miércoles, 19 de marzo de 2014

Estás sola (cuento)








Él te observa. Ahora mismo te mira desde su ventana, escondido detrás de esa cortina púrpura que más parece rosa, encogido, aguantando la respiración. Piernas largas, blancas como leche, cabello azabache que te cae hasta la cintura, pensará, linda, algo pecosa, muy esbelta. Te mira, te desnuda detrás de sus lentes de miope, no siente vergüenza ni arrepentimiento. Te observa, no deja esa ventana desde el primer día que te vio pisar esta habitación. Pervertido, dirás, pero en verdad te quiero, te ama con la vista, si se oculta es porque no quiero distraerte de tus movimientos, de cada pequeño detalle que realizan tus manos, no desea ni quiero desear entretenerte de tus labores. Eres como un reloj. Mi reloj. Nadie te cambia la rutina. Seis en punto: duchazo de agua caliente y, envuelta en la toalla, desayuno hecho de huevos y café cubano. Seis y cuarenta: secado de cabello y, como toda una señorita, falda larga y blusa no escotada que dificulta distinguir los dos bultitos puntiagudos y pecosos, frescos como frutitas, graciosos. Siete y veinte: sales de la habitación, gafas rojas, cartera en mano y, cómo no, no te dignas mirar a nadie en el calle, respingada tú. No le haces caso a los piropos maleducados de los mocosos esos que siempre están parados en el callejón, ebrios, eternamente drogados. Después no sé nada de ti durante el resto del día y sólo me dedico a esperarte. Diez de la noche: regresas, estás sola, bolsa de pan en mano, subes erguida, te preparas un chocolate caliente y prendes el aparato y como todas las noches colocas esa música a todo volumen que me revienta. Bailas entonces. Tu sombra gira y gira en toda la habitación y yo te dibujo, te desnudo, dirás tú, pero no es cierto: te observo, te observa, te amo, te ama con los ojos mientras suena la música, encogido desde este rincón, detrás de mis cortinas púrpura que con el tiempo se han convertido en rosa. Los dos solos en la noche, sin que deje de observarme y observarte un solo segundo.


Esta vez, no bien acaba la música, la muchacha apaga la luz y él, muchacho de rostro pálido y repleto de pecas, despacio, se aparta de la ventana y junta las cortinas. Todo está en orden en su habitación. Al fondo, el televisor, sucio y lejano, le permite apreciar su reflejo deformado. Está solo. De pronto el teléfono suena. Contesta. Una voz femenina retumba en sus oídos.

–Mi amor, que bueno que llamas –contesta él–. Hoy fui a buscarte al trabajo pero no te encontré. Tenía que dejarte los documentos del departamento. Sí, ya los llevé con el notario. No te preocupes, el traslado no tardará más de un mes. Te lo juro, no más de un mes. Ya tengo todo listo aquí. Si quisiera mañana mismo podría mudarme contigo, pero sabes que no es tan fácil… Sí, en verdad quiero vivir contigo. Te lo he repetido miles de veces. Quiero vivir contigo, no estoy mintiendo. Ahora tengo que colgar. Te amo. Adiós.

Suspira hondo. Una expresión de pesar invade su rostro. Hay un dolor profundo en su mirada cuando esta se detiene en la ventana. 

Luego se dirige a la cocina para prepararse un café. Cuando está de regreso, una agitación en el centro del cuerpo lo congela en su sitio. La sorpresa es grande: las cortinas de su habitación han sido abiertas por el viento de la noche. Y a escasa distancia de su ventana, a no más de tres metros, la luz de la habitación vecina se ha vuelto a encender y ahí está la muchacha de al lado, parada detrás del alfeizar, los cabellos  flotando y los ojos marrones por primera vez clavados en él. El cuerpo del muchacho se congela. La taza de café se desprende de sus manos. Al quebrarse produce un sonido punzante. 

Ella lo observa. Sonríe de oreja a oreja. Ella piensa: tiene cara de pervertido y de torpe. En un desesperado movimiento, el muchacho apaga la luz de su habitación y cierra violentamente sus cortinas. Desaparece. Piensa: de seguro ahora está escondido, esperando a que me aleje. Qué feo que es, piensa. Cree que no me he dado cuenta de que siempre me observa. Debe darle vergüenza o algo así, o tal vez su novia es muy celosa. Pobre. Estás enamorado de mí, pero cuando tienes la oportunidad de hablarme, de conocerme, no la aprovechas, solo te escondes y no das la cara.

Ella ahora se concentra en el cielo, el cual apenas se puede distinguir por culpa de los edificios. Abajo, en el callejón, dos borrachos pasan chocándose el uno con el otro y al verla le silban y le gritan cosas obscenas. Ella no hace caso. Ella piensa: hace tiempo que no te relajas un poco. Estás sola. Es difícil vivir en una ciudad así y no conocer a nadie. La mayoría de personas solo quiere algo de ti. Tú no importas. Todos están enfermos igual que el muchacho de enfrente.

La muchacha levanta los brazos y saca medio cuerpo afuera. Intenta encontrar el reflejo de la luna, una luna de seguro plateada que se reflejaría en sus mejillas. El viento es agreste pero no siente frío, y el barullo de la ciudad no le molesta como otras veces. Ella piensa: no te asustes, solo no te asustes. Olvídate de todo. No te dejes caer. Aún no. Algún día, quizá, dejarás de estar sola por las noches.