Aquí la reseña completa:
La “Nena” de Alex Rivera

En estas historias hay hombres rudos y mujeres perversas. Son personajes que están marcados por una herida o un estigma; la mayor de las veces, lejano. En cada cuento, la narración se hace más intensa a medida que ese estigma se va revelando. Y el narrador tiene la destreza de hacer esto muy dosificadamente. Y de manera paralela, en unos casos, se revela la urdimbre que el personaje ha maquinado para resarcir esa herida; en otros, se trata de su rebelión, por absurda que esta sea, ante la fatalidad. Pero en todos los casos, estos personajes tienes sus pares cercanos: policía y criminal, los hermanos; hay preferencia por los amantes, incluso en sus versiones homosexuales. Las historias hurgan en la naturaleza de estas relaciones, en sus formas y sus deformidades.
Nena es un cuento representativo, quizá por eso presta su título para el del libro; es la historia de una muchacha, púber, que tiene predilección por “juntarse” con los niños de primaria y protegerlos. Es una muchacha a la que todos sus pequeños amigos llaman por su sobrenombre: Nena, Nenita o Nina. De tanto no usar el nombre verdadero, ya no lo recuerdan. Sin embargo, llega el momento en que “la Nena” se fija en un “chico grande”. Se inicia en el amor y a los niños les parece que “la Nena” se ha hecho inmediata e irremediablemente adulta; a su padre, que guarda un amargo recuerdo de la esposa ausente, le parece que se ha hecho una cualquiera. El estigma del pecado asociado a la sexualidad, y la brutalidad de esta asociación, parecen conjugarse como una burla del destino, en ese nombre olvidado por los pequeños.
El lenguaje que usa Alex Rivera es uno claro y lacónico; aunque estos adjetivos que utilizo suelen estar acompañados, en la crítica, por el de “sencillo”; me rehúso a usar ese término para calificar el leguaje de este libro. No puede ser sencillo aquello que tiene la virtud de hablar de lo cotidiano y la tragedia, de lo común y lo bizarro, del amor y la muerte con la convicción y serenidad de quien habla de una misma cosa. Este más bien es un lenguaje escueto y muy agudo que como un alfiler puede penetrar en las fibras más profundas del lector; lenta, muy lentamente. El magisterio de la narrativa norteamericana se hace patente, en especial el de Raymond Carver y Truman Capote. A pesar de algunos deslices que son casi de rigor en toda primera vez, Alex Rivera se perfila como un cirujano de la palabra.
Conocí a Alex Rivera el verano del 2012 en el Taller de narración que dirigí, organizado por Ciudad editorial. Aquel era un grupo muy interesante. Y Alex destacaba porque estaba provisto ya de cierto oficio en la narración y buenas lecturas. Además me llamó la atención la composición de su nombre: Alex Rivera de los Ríos, y no precisamente por el paisaje que parecen describir estos apellidos, sino porque el segundo me remitía a aquel gran narrador arequipeño: Edmundo de los Ríos. Luego supe que Alex es sobrino de Edmundo. Lo que me hace pensar ociosamente, en especial después de la lectura de este libro, en la sangre y la transmisión de su nobleza. Cosa que por cierto nunca he creído y tampoco creo. Alex Rivera, con este libro, no necesita el aval del gran Edmundo de los Ríos, mucho menos de estas líneas para inscribir su nombre en la nueva y reveladora narrativa arequipeña.